Viaje al arco iris

Dicen que si vas a uno de los extremos del arco iris y cavas allí, encontrarás un cántaro lleno de oro que habían escondido algún tipo de criaturas mágicas. Hoy, 30 de marzo del 2010, a las 18:48h puedo asegurar la veracidad de esta leyenda.
Ayer cogí un bus y fui a uno de los vértices de este peculiar fenómeno de la naturaleza. Llegué a un sitio extraño, nada parecido a lo que yo me había imaginado. Era un pueblo bastante grande con gentes de todo tipo y rodeado de montañas cubiertas de nieve. Dos jóvenes salieron a recibirme y me aseguraron que me llevarían a ese tesoro. Sin dudarlo, yo las seguí. La meteorología no parecía querer facilitar mi misión y empezó a llover. Saqué mi paraguas azul y nos cubrimos las tres con él. Las chicas me dijeron que tenía que esperar a que vinieran a recogernos. Así que allí, en la acera esperamos bajo la lluvia que no cesaba. Entonces, un coche blanco se acercó y paró. Era el nuestro. Yo estaba muy nerviosa. Me asustaba no saber que iba a pasar. Una de las chicas que estaban conmigo abrió la puerta de coche y la vi. La conductora. Estaba observándome con los ojos desorbitados y la boca abierta. No esperaba verme allí. No estaba al tanto de mis intenciones de llegar allí. No decía nada. Me asustó pensar que pudiera estar enfadada por no haberla avisado. Lo cierto es que era una criatura fascinante. Parecía ser una joven normal y corriente, como yo o como las chicas que me habían acompañado. Pero no. Era diferente. Había algo mágico en ella. Aunque quisiera no sabría decir el qué. No sé si eran sus ojos de mirada dulce, su sonrisa perpetua o cualquiera de sus otros rasgos. La llamé Berroka. Intuía que iba a gustarle ese nombre y una mirada suya me lo confirmó. Nos llevó alocadamente por aquellas calles tan diferentes para mí. Hasta que por fin se paró el coche y nos bajamos. Me acerqué a ella para presentarme formalmente. Ciertamente, ella tenía que ser la guardiana de tan fabuloso tesoro. Resplandecía extraordinariamente bajo aquel cielo gris. Además, no hizo falta que yo dijese nada. Una mirada y un beso bastaron para decírnoslo todo. Después nos pasamos el día vagando de un sitio a otro, mezclándonos con otra gente. Pero ella y yo no nos separamos, ni tampoco las dos chicas que me habían recogido al principio. Subimos a la torre más alta, bajamos a un descampado. Y a cada paso que dábamos, yo me sentía más cerca de aquel cántaro lleno de oro. Llegó la noche y me llevó al hotel donde iba a dormir. Cada vez era más hermosa. Estaba resplandeciente. Entonces me di cuenta de algo que mi subconsciente me venía diciendo desde hacía rato. No había cofres llenos de joyas ni baúles con monedas de oro. El gran tesoro lo tenía frente a mis ojos. Era ella. Y no la dejé escapar. La estudié desde todos los ángulos, puse en práctica las lecciones de anatomía adquiridas. Pero debía irse. Se fue con la promesa de volver a la mañana siguiente. Al salir ella de mi habitación, un frío repentino sacudió todo. Me metí en cama dispuesta a aguardarla. La noche pasó lenta y al fin llegó la mañana. Ella apareció. Y volvimos a vagar por aquellos parajes que tanto me llamaban la atención. Pero, sin quererlo, una tristeza se apoderó de mí. A pesar de que estaba con ella, había algo que no podía sacarme de la cabeza. Mi viaje llegaba a su fin y yo no quería despedirme. Intenté controlarme para que ella no me viese llorar. Pero como todo, estas horas felices llegaron a su fin. Tuve que subirme al bus de vuelta a pesar de que todos mis músculos me ordenaban que hiciese lo contrario. Y una vez en él, deje que las lágrimas corrieran a su antojo. Los demás pasajeros me miraban extrañados pero no me importó. Sin quererlo, había dejado allí, arropado entre su camisa, el trozo de corazón que me quedaba. No era eso lo que me entristecía. Era tener que despedirme de su olor, de sus ojos marrones y verdes, de su suave piel, de su pelo alborotado, de sus sonrisas, de sus caricias, de sus besos...
Así que, finalmente, debo concluir que la leyenda era cierta. Enterrado en la base del arco iris, hay un gran tesoro. Tendrás que luchar un poco para encontrarlo, pero lo hallarás. Y es el tesoro más hermoso que existe en el mundo. Por lo menos el mío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario